A ti que caminas con la suela del alma
gastada pero no dejas que alma se te caiga al suelo, que tiendes la
mano a las que caen y ayudas a levantarse a los que han tropezado, que
caminas con los pies rotos pero no derrotados, que admites las derrotas
pero no te das por vencido, que llevas zapatos cansados pero incansables
y atas tus cordones a los de quien te acompaña para acompasar vuestros
pasos.
A ti que cargas en tu espalda con lo tuyo y con los tuyos, con lo nuestro y con lo mío y que llevas un país en la mochila por todo el país,
que marchas por un país que se arrastra y llevas a cuestas a tus
paisanos, que haces surcos en la tierra y dejas huella en el camino para
los que vienen detrás, que haces país al andar y marchas con dignidad
por este país indignado que se levanta de nuevo al verte pasar.
A ti que tienes pies kilométricos y piernas como autopistas, que abres avenidas a tu paso y tiras millas en el cielo, que persigues el horizonte y no pasas de largo, que das pasos cortos y caminas despacio para aminorar la velocidad de un mundo que se acelera y sigue avanzando sin mirar a los que se van quedando, a los que se van cayendo, a los que no pueden más.
A ti que no me abandonas en la estacada
ni me apartas de tu lado, que aminoras la marcha cuando me canso, que
miras en las cunetas y nunca me dejas atrás, que te detienes a
contemplar el paisaje, te llenas de campo los ojos
y te quedas a escuchar al que necesita un oído al que hablarle, una
historia que contarte y quizá un hombro al que arrimarse, al que llorar.
A ti que marchas por los que no pueden marchar, que marchas por los que
se han marchado, que marchas para que vuelvan y no te marchas aunque te
echen, que marchas por todo lo que no marcha, que das pasos también por
los que pasan, que paseas porque te han pisoteado, que vas de frente
porque nos dan la espalda, que pateas el suelo porque te están pisando y haces retumbar la calle con tus pisadas como un tambor que marca el ritmo a los demás.
A ti que te has quedado en paro pero no te has quedado parado, que te mueves por los que pierden su trabajo y han perdido
las fuerzas para seguir andando, que te mueves por los que se quedan
quietos, que les inquietas porque no retrocedes, que no paras ni pueden
pararte por más que lo intenten porque sigues caminando aunque te
cierren el paso, tú sigues caminando marcando el camino porque no se puede detener a una marea ni ponerte puertas porque tú no eres rebaño.
A ti que mueves, que me conmueves, que remueves, que levantas el asfalto con la punta de tus botas, que pisas tu tierra con los pies descalzos,
que devoras las horas en la carretera y pasas los días al raso, que
llevas el sol en los bolsillos y el coraje en los zapatos, que pisas la
vida aunque a veces duela y no pasas por ella de puntillas ni levitas a
dos metros del suelo,
que no tienes más techo que este cielo y has hecho del camino tu casa
por aquellos que no tienen cuatro paredes ni dónde caerse muertos.
A ti que marchas por tus hijos, por tus padres, tus hermanos, tus
vecinos, tus nietos, tus abuelos, que marchas con ellos y conmigo, que
caminas por mí, que llevas sobre ti mis dudas, mis miedos, mis anhelos,
mi cuerpo cansado, que tiras de mí cuando estoy tirado y me vuelves a
levantar una vez más y levantas la cabeza de este país que la agacha resignado y nos vuelves a poner en pie porque no hay nada más justo que hacer camino.
A ti, caminante,
que sabes lo que significa la palabra dignidad y le has vuelto a dar
sentido, te doy las gracias. Por mí y por todos mis compañeros. Mañana
me tendrás contigo.